Formación

Retiro de Cuaresma: «Saber Esperar»
¡SABER ESPERAR!
Pedimos tres gracias, que el Señor está como velando y vigilando para dárnosla y ponerla ante nosotros.
La primera gracia que recibimos de un día de desierto, de retiro, es la gracia de la humildad. La humildad que no es, pues lo que nosotros podamos de alguna manera buscar de humillación, sino la humildad es poner ante nosotros la verdad. Y hoy hay una verdad que el Señor te quiere mostrar. Hay verdades que en este momento de tu vida el Señor quiere poner ante ti. ¿Y cuál es la verdad que hoy quiere poner ante ti?
¿Cuál es la verdad que ahora tú necesitas? ¿Cuál es no la denuncia, sino la predicación que el Señor quiere hacer contigo, quiere hacer en lo íntimo, en lo profundo de ti? En medio de eso que estés teniendo ahora como más urgente, en medio de esa situación, de ese apostolado, hay una verdad. El Señor viene a predicarte, a hablarte en verdad. El Señor nunca nos habla para echarnos en cara, nunca nos habla para humillarnos. Eso lo hacen a veces las personas que nos quieren, los hombres, y lo hacen con cariño, pero el Señor no viene para humillar, viene para hablar en verdad, viene para poner bajo la luz. Por eso hoy es un día para poner en luz, para poner en claridad, para poner en ese foco vivo que nos hace descubrir tantos matices.
La segunda gracia que hoy se nos pone ante nosotros es la clemencia. Lento a la ira y rico en clemencia. Y necesitamos esta vivencia profunda, que no experiencia, sino vivencia profunda de la clemencia. La vivencia profunda de hacernos al tiempo de Dios. La vivencia profunda de saber que hay unos tiempos, que hay unos momentos, y que nosotros no podemos vivir en exigencia, no podemos vivir violentando, no podemos vivir marcando, llevando, limitando, sino que hemos de dejarnos hacer. La clemencia que es la pedagogía de Dios. Dios tiene una pedagogía que nos hace también a nosotros con los niños, con los jóvenes, con nuestros apostolados, también hacernos a este tiempo.
Y la tercera gracia que tenemos es: vivir de la transformación. Nosotros no soñamos, nuestros sueños no son románticos, no son sueños de cosas que teníamos y ahora no tenemos.
No son sueños para vivir en una melancolía. Nosotros soñamos transformar. Nosotros soñamos, pues, viviendo de este hoy, de este presente. Sabiendo que el Señor nos va a dar lo que ya nos está haciendo desear. Y hoy es un día para desear. Hoy es un día para que, pues, vayamos como aquilatando, guardando, conservando, mimando en lo profundo de nosotros los deseos. Para que se puedan dar las realizaciones.
Para que se puedan dar las acciones concretas. Pero no se van a dar las acciones concretas si no se desean. Si no se vive en lo íntimo, en lo profundo, pidiendo, suplicando. Nosotros somos mendicantes.
Nosotros comenzamos el miércoles de ceniza para el tiempo de Pentecostés. Y nosotros no comenzamos el miércoles de ceniza para llegar el sábado santo, la vigilia pascual incluso, sino que comenzamos el miércoles de ceniza para llegar al domingo de Pentecostés.
Entrar en este misterio de esperanza. Y en la bula del jubileo, en el número 18, se nos dice, “anclados en la esperanza, en su dinamismo inseparable, la esperanza es la que, por así decirlo, señala la orientación, indica la finalidad de la existencia cristiana. Por eso el apóstol Pablo nos invita a alegrarnos en la esperanza, a ser pacientes en la tribulación y perseverantes en la oración”.
El título de esta meditación es: saber esperar. Todo el tema de las purificaciones.
Y quería que lo pudiéramos hacer con el Evangelio de San Lucas, en el capítulo 8, versículos del 22 al 25:
“Cierto día subió Jesús con sus discípulos a una barca y les dijo, pasemos a la otra orilla del lago. Y comenzaron la travesía. Mientras navegaban, Jesús se durmió. Una borrasca se desencadenó entonces sobre el lago y la barca empezó a hacer agua, con el consiguiente peligro de naufragio. Los discípulos se le acercaron y lo despertaron diciendo, maestro, maestro, que perecemos. Jesús se levantó e increpó al viento y al oleaje. Estos amainaron y el lago quedó en calma. Entonces dijo a sus discípulos, ¿dónde está vuestra fe? Y llenos de miedo y estupor se decían unos a otros, ¿quién es este que manda incluso a los vientos y al agua? Y le obedecieron”.
Nos acercamos así a ese cierto día. Ese cierto día en el que podemos estar viviendo cada uno de nosotros realidades distintas, momentos distintos. Pero ese cierto día es en el que el Señor sube a una barca.
El Señor sube a esa barca que es toda esa realidad, todo ese mundo de lo que ahora te toca vivir, de lo que ahora estás llevando entre manos. Diríamos de tu llamada personal a la fidelidad, a la perseverancia, a la permanencia. La llamada personal también de lo que el Señor ha puesto y pone ante ti, a la permanencia, a la perseverancia. Y cierto día sube el Señor. A esa barca en la que no estamos de un modo individualistas, de un modo individual, de un modo cada uno con los suyos, sino en esa barca en la que hay tanta vida. En esa barca en la que está tan presente todo lo que hoy tú ves en ti que hay de limitación, que hay de defecto, que hay de miseria, de fragilidad. Esa barca que está en medio de la mar, está en medio de la tempestad, está en medio de las situaciones que ahora nos tocan vivir y que pueden venir a nosotros como peligros, como crisis, como dramas.
Estamos en la barca. Y estar en la barca significa que podamos también nosotros ver a la luz del Señor, cómo vivimos nuestros vaivenes, cómo vivimos todo esto que parece que muchas veces nos están arrancando, que nos están quitando. Cómo vivimos el saber esperar, la purificación. Porque hoy en la Iglesia hemos de descubrir otra vez que hay un secreto. Y hay un secreto que es la lucha, la batalla. Y este es el secreto que el cristiano hoy ha de tener presente. Que un apóstol ha de tener hoy en su corazón.
Nosotros no podemos creernos que vengan a nosotros persecuciones y que hay malos que nos quieren machacar. Nosotros no podemos tampoco pensar que hay crisis y que estamos en momentos críticos de nuestra vida y que con un sentido melancólico nos hacen de alguna manera debilitarnos. Y en el corazón de la vida del cristiano, en el corazón del apóstol: está la lucha, está la batalla. Y hoy no se puede pretender una evangelización sin batalla. No podemos pretender una evangelización sin lucha. No podemos pretender una evangelización sin purificación. Como no puedes pretender en tu vida permanecer en el amor sin batalla, sin lucha. Como no puedes hacer crecer y acompañar en el amor a los que Dios te acompaña sin lucha. Estamos en la barca y en la barca el Señor sube. Y sube para que nos enseñe a cómo vivir la purificación, la batalla, la lucha. Y es una batalla, es una purificación, es una lucha que cada vez es más espiritual.
No es una batalla de guerra, no es una batalla de armas, es una batalla del espíritu. En el que en el espíritu no podemos ir con cantidades, sino con amor, con calidad. En el que en el espíritu no podemos ir con nuestras ideas preconcebidas, sino en humildad, en pequeño. La batalla espiritual tiene como corazón la oración, la contemplación. La batalla espiritual nosotros nos disponemos para vivir las purificaciones en oración, en contemplación, en vida con Dios.
Y por eso hoy en día no se entiende las catequesis. Porque las catequesis parece que son tener que dar clases para aplicar y darlo todo por sentado y por sentido. Y una catequesis es una lucha espiritual, es una batalla, es un acercamiento. Y por eso hay cosas de nuestra vida que cuando acompañamos a otros y cargamos con otros, pues no se entenderá, porque no es que te vaya bien, sino es hacerte fuerte para que puedas seguir sabiendo esperar. Y por eso en nuestra vida interior desistimos de tantas cosas. El océano inmenso de la oración es la lucha, es como Jacob en el valle ante el ángel cuando pierde la primogenitura porque le hiere el talón. Y ese talón es realmente lo que nos hace débiles, pero nos hace fuertes ante Dios. Por eso Jesús sube a la barca.
Tiene tanto que expresarnos este lugar de la barca en la tempestad, tiene tanto que poner ante nosotros esta barca en esta tempestad, que por eso Jesús dice pasemos a la otra orilla del mar. Hay todo un transcurso, hay todo un tiempo, hay todo un acontecimiento, hay todo un progreso que Dios quiere mostrar contigo y conmigo. Y por eso pues tenemos que bajar al valle como Jacob. Y por eso tenemos que pasar a la otra orilla. Y tenemos que vivir lo que son las purificaciones, sufrir las purificaciones. Dice un hombre de Dios, un santo, que cuando viene la cruz ¿qué tenemos que hacer? Tenemos que hacer lo que podamos. Hemos de ir a la otra orilla, haciendo lo que podamos, como podamos, de la mejor manera que podamos. Pero no podemos perder este acontecimiento. Es un acontecimiento de hacer experiencia en primera persona de la debilidad. Hacer experiencia en primera persona de la fragilidad. Hacer experiencia en primera persona de la batalla, de la lucha. Hacer experiencia en primera persona que hay cosas que me superan, que no puedo, que no sé, pero que pido permiso, que pido por favor, que me pongo como suplicante, que me pongo como mendigo, que me pongo como pequeñito, que me pongo como necesitado.
Vamos a la otra orilla. Y se comienza la travesía. Y mientras navega, Jesús se duerme. Este Jesús se duerme, escribe Santa Teresita al niño Jesús. Carta Celina, del 23 de julio de 1893. Y le dice Teresita a su hermana. “No me sorprende que no entiendas nada de lo que ocurre en tu alma. Un niño pequeño, completamente solo en el mar, en una barca perdida en medio de las olas borrascosas. ¿Podrás saber si está cerca o lejos del puerto? Yo te invito a que en esta manera te metas como pequeño”.
En este momento en el que comienza la travesía. Y en este momento en el que tú también haces experiencia en estas olas borrascosas. ¿Dónde estás? ¿Estás cerca, estás lejos del puerto? En este momento de tu vida, ¿dónde te encuentras?
“Mientras sus ojos divisan todavía la orilla de donde zarpó, sabe cuánto camino lleva recorrido. Y al ver alejarse la tierra, no puede contener su alegría infantil. Nosotros como pequeñitos, en esta travesía que hacemos con el Señor, pues podemos ver que hay cosas de nuestra vida que a lo mejor se han ido realizando, que se han ido haciendo, que van tomando forma, que se van, pero nos surge una alegría infantil. Pero hay otras cosas que podemos decir, pronto llegaré al final del viaje. Pero cuanto más se aleja de la playa, más vasto parece también el océano”. Como Teresita proyecta su vivencia personal. Que el Señor la purifica en la desorientación. Que el Señor la purifica en el no hacer pie. Que el Señor la purifica en el adónde iré. Y esta es una purificación que hemos de vivir en el Espíritu Santo, en la pequeñez, en la mendicidad. Pues hemos de sufrir en primera persona, que estamos perdidos. Hemos de sufrir en primera persona, que no nos encontramos. Hemos de sufrir en primera persona, pues que nosotros no lo podemos todo.
Todo este sentido de creatividad, todo este sentido de necesitado, todo este sentido de saber que Él es grande y yo soy pequeño. Que Él hace, pero que yo realmente, por mí mismo, yo me perdería. Dice Teresita a su hermana: “Entonces la ciencia del niñito se ve reducida a nada. Y ya no sabe hacia dónde va a sumarse. Esta barca de tu vida, en la que hay tanta gente dentro. Esta barca de tu vida en la que hay tantos proyectos”. Esta barca de tu vida en la que hay tantas necesidades, urgencias, en la que cargas. Esta barca de tu vida, pues sí, está reducida a la nada. No sabes a dónde ir. Y esto es realmente hermoso vivirlo. Porque no estamos para vivir nuestra vida cristiana en élite. Ni estamos para vivir la ciencia de nuestra vida cristiana teniendo seguridad. Estamos para vivir el misterio de redención. El misterio de cruz. El misterio de sufrimiento. Es un misterio de sabiduría. Hay un secreto de sabiduría cuando yo sé que no sé nada. Hay un secreto de sabiduría cuando yo no tengo la solución a las cosas. Hay un secreto de sabiduría cuando viene alguien a hablar conmigo y no le voy a dar una receta mágica. Hay un secreto de sabiduría cuando hay algo ahora en tu vida que realmente lo has dejado en las manos de Dios. Hay un secreto de sabiduría.
“Como no sabe manejar el timón, lo único que puede hacer es abandonarse, dejar flotar la vela a merced del viento”. Y por eso en este momento de nuestra historia, en este momento de nuestra Iglesia, hemos de pedir la gracia del abandono. La gracia del abandono no es una mala indiferencia. La gracia del abandono no es la superioridad. ¿La gracia del abandono no es que hay alguien que lleva el timón? ¿La gracia del abandono no es que hay alguien que de alguna manera es providente, que va por delante de mí? ¿La gracia del abandono no es que hay un Dios tan bueno, que está por encima de mí? ¿La gracia del abandono no es volver otra vez a decidir por el único bien, por el único amado, por el único Señor? Es relación de intimidad, es relación de comunión.
Abandonarnos es comunión con Jesús. Abandonarnos es ser más Jesús. Abandonarnos es sólo tú, Jesús. El padre Dolindo, sacerdote contemporáneo del padre Pío, hace esa oración preciosa, que hace como un rosario, que es el rosario, la oración del abandono. Ocúpate tú Jesús
Y yo te pregunto, ¿cómo es tu abandono? ¿Cómo tú te abandonas? Y ponlo en la luz del Señor, ¿cómo te abandonas? ¿Cómo abandonas aquello que tienes entre manos? ¿Cómo abandonas aquello que realmente se está entregando, se está poniendo ante ti? ¿Cómo lo abandonas? ¿Cómo te abandonas?
“Celina mía, la niñita de Jesús, se encuentra completamente sola en una navecilla”. Y qué hermoso es que podamos ser realistas. Me encuentro solo en una navecilla. “La tierra ha desaparecido, Celina, y no sabes a dónde vas, ni si avanzas o retrocedes. Teresita sí lo sabe. Está segura de que su Celina está en alta mar”. Es como si Teresita ahora te lo dijera a ti, ¿no? “De que la navecilla que la lleva con velas desplegadas hacia el puerto, de que el timón que Celina ni siquiera puede ver, no está sin piloto”. La gracia del abandono es hacer la experiencia de que nuestras velas no están plegadas para realmente frenar, sino que nuestras velas están desplegadas para que realmente se realice el milagro.
La gracia del abandono es la gracia de que Dios pueda actuar, de que Dios va a actuar. Y cuando vivimos en la gracia de la seguridad, que es la desgracia, pues realmente nos hace frenar. Y cuántas cosas perdemos, cuántas cosas desechamos. Y la gracia del abandono es ir con las velas desplegadas, ir hacia ese puerto, ir con ese timón, porque no estamos sin piloto. Dice Teresita, “Jesús está allí, dormido, como antaño en la barca de los pescadores de Galileo. Él duerme y Celina no lo ve porque la noche ha caído sobre la navecilla”.
“Celina no oye la voz de Jesús. El viento sopla y ella lo oye soplar, ve las tinieblas y Jesús sigue durmiendo. Sin embargo, si se despertara solamente un instante, sólo tendría que ordenar al viento y al mar y vendría una gran calma y la noche sería más clara que el día. Celina vería la mirada divina de Jesús y su alma quedaría consolada. Pero entonces Jesús ya no dormía. Teresita no quiere que Jesús despierte”. Y en tu vida y en la mía, lo cierto es que para ir según el plan de Dios y la voluntad de Dios es que Jesús no despierte.
Teresita no quiere que Jesús despierta. Teresita quiere vivir y muestra así a su hermana y a ti y a mí que vivamos ante Jesús dormido. Dice Teresita porque “Jesús está tan cansado. Sus pies divinos están tan cansados de buscar a los pecadores y en la navecilla de Celina Jesús descansa tan a gusto. ¿Por qué nos abandonamos nosotros ante Jesús?”
Para dejar que Jesús haga su voluntad en ti. ¿Por qué no nos abandonamos a Jesús? Para dejar a Jesús que descanse. Para entrar más en las confidencias con Jesús. Para entrar más en saber lo que a Jesús le pasa y cómo le pasa. Dejamos a Jesús, nos abandonamos en Jesús. Para que Jesús pueda hacer su morada en ti.
Pueda poner su descanso en ti. Pueda poner su tranquilidad en ti. Para que Jesús te coja, te escoja. Para realmente entrar tú y Jesús. Entrar en este estado profundo del corazón. Que es el estado de la docilidad. Que es el estado de como tú quieras, cuando tú quieras, de la manera que quieras, del modo que quieras. Teresita no le dice a Celina, te voy a dar un consejito para que este momento de purificación lo pase cuanto antes.
No, le dice, es que es una gracia esta purificación, que puedas vivir de las purificaciones, que puedas vivir de los acontecimientos de Jesús, que puedas vivir de estas visitas, que Jesús te está visitando. Pero Jesús te está visitando y te está visitando, pues, como ante la samaritana. Jesús te está visitando, pues, como ante el ciego de nacimiento. Y Jesús te está visitando, pues, como a la magdalena. Y Jesús, Jesús nos visita, pero nos visita para que estemos en el tú a tú con Él. No nos visita para nos olvidemos de nuestra vida y no vivamos en la carga constante y continua de nuestro día, de nuestra jornada, de nuestras misiones, de nuestros apostolados. Jesús nos visita y nos visita dormido.
Y nos visita haciendo experiencia y vivencia en vosotros. De lo que significa que hay algo que no lo tenemos ya superado, que no lo tenemos ya hecho, que tenemos que sobrellevar, que tenemos que cargar, que tenemos que vivir de la cruz. Dice Teresita, “los apóstoles le habían dado una almohada. Así nos lo cuenta el Evangelio cuando nos dice que está dormido. Pero en la barquilla de su esposa querida, nuestro Señor encuentra otra almohada mucho más suave, el corazón de Celita”. La purificación entrena nuestro corazón para la consagración. La purificación prepara nuestro corazón de almas dispuestas a vivir con el Cordero allá donde quiera que vaya.
El abandono nos hace vivir constante y continuamente, sabiendo que el Señor lo que quiere es la pureza de nuestro corazón, lo más puro del corazón. ¿Cuál es el secreto que tiene el corazón? Por eso el corazón de Celina ha de ser la almohada donde Jesús repose. Cuánto necesitamos en nuestra iglesia pedir la gracia de preparar corazones, de disponer corazones.
Nuestra misión es disponer corazones, es cuidar corazones, mimar corazones. Hacer que los corazones realmente sean los lugares santos, los templos divinos donde se realiza la vida y una vida grande. Dice Teresita, “no es una piedra lo que sostiene su cabeza divina. Aquella piedra por la que suspiraba durante su vida mortal es un corazón de hija, es un corazón de esposa”.
“Y qué contento está Jesús”. Y eso es lo que Jesús ve en esta mañana en tu corazón y en mí. Es el corazón del esposo, de la esposa, que realmente está siendo el lugar, está siendo el hueco, está siendo la hendidura donde el Señor vuelve a vivir y vuelve a tener. “Pero cómo puede estar contento cuando su esposa sufre, cuando vela mientras él duerme dulcemente. No se da cuenta de que Celina no ve más que la noche, de que su rostro divino está escondido para ella y de que a veces hasta la carga que siente sobre su corazón le parece pesada”.
¿Cuánto podríamos decir? Y tenemos que decirlo. Yo creo que no es que somos unos desagradecidos y nos quejamos cuando le decimos al Señor los contras. Yo les llamo los porfías. Tenemos que decirle al Señor muchos porfías. Y así Teresita le enseña a Celina, a decir porfías.
“Jesús, el niñito de Belén, a quien María llevaba con una carga ligera, se vuelve pesado. Cuando la esposa del cantar de los cantares dice que su amado es un ramillete de mirra que descansa sobre sus senos. La mirra es el sufrimiento y así es como Jesús reposa sobre el corazón de Celina. Y sin embargo Jesús está contento de verla entre sufrimientos. Se siente feliz de recibirlos todos de ella durante la noche”. Nuestros porfías nos hacen realmente saber que el Señor escoge a sus consagrados para llevarles realmente a Getsemaní. Y Getsemaní es el lugar del sufrimiento y el lugar de la pasión y el lugar de la purificación.
Es el lugar donde, según dice Santa Teresita, “se realizará la hora, vendrá la mañana, despertará Jesús”. Jesús despierta cuando realmente le ha llegado nuestra intimidad. Jesús despierta cuando le ha llegado nuestra sensibilidad. Jesús despierta cuando le ha llegado realmente nuestros secretos, cuando le ha llegado nuestras intimidades. Jesús despierta, Jesús escucha, Jesús actúa, Jesús vuelve a realizar milagros, Jesús vuelve a hacer nuevas todas las cosas. Cuando realmente a los que más ama, que los ha probado, que le expresan en confianza, le expresan en abandono. Y Jesús atiende.
Y hoy Jesús puede atender, hoy Jesús te escucha, porque Jesús escucha lo más puro del corazón. Jesús escucha, Jesús atiende, Jesús actúa en lo más puro de lo profundo de nosotros. Jesús actúa cuando realmente, pues tú te pones ante Él como lo que eres, como lo que tienes.
Que veamos cómo nosotros vivimos con Jesús nuestras purificaciones. Si somos como los apóstoles, los discípulos, metiendo prisa a Jesús, o si somos como Teresita. Teresita es como Juan.
Juan también estaría así. Es vivirlo en los secretos del corazón, vivirlo en los secretos del amor, vivirlo en la intimidad. Y por eso nos podemos acercar a esta cuaresma y esta pascua, pues así, teniendo preparado y dispuesto el corazón, teniendo lo más profundo y lo más íntimo de nosotros, pues en esta aceptación, en esta docilidad, en este dejar que sea.
Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo….