jueves, 21 de noviembre de 2024

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Orar con los Salmos

El cardenal Gianfranco Ravasi guía al orante desde los himnos de crisis hasta la contemplación confiada y agradecida del Señor

Tras Orar hoy, un desafío a superar, firmado por el cardenal Angelo Comastri, el segundo volumen de estos Apuntes sobre la oración corre a cargo del también purpurado Gianfranco Ravasi. Su título no permite imaginación alguna sobre el propósito: Orar con los salmos. Siguiendo la alegría de san Agustín —«Psalterium meum, gaudium meum!»—, el autor dedica un primer esfuerzo a diferenciar los salmos de alabanza, «luminosos, cálidos, festivos y armoniosos», de aquellos que se erigen sobre una súplica amarga, «más fría, marcada por el dolor, por las lágrimas, por el silencio vacío de un Dios que parece ausente y al que, sin embargo, se grita». Frente al éxtasis de un «aleluya» que exalta al Señor por el simple hecho de existir y revelarse, la fuerza espiritual y poética de un «miserere». Dos tipos de himnos para alcanzar un diálogo con el Padre, ya sea mediante la oración contemplativa o a través de ruegos confiados a su providencia y misericordia. No en vano el padrenuestro, síntesis perfecta de la oración, se compone de cuatro glorificaciones iniciales más cuatro plegarias posteriores.

Los salmos, «voz de la misma Esposa —la Iglesia— que habla al Esposo», según la fórmula del Concilio Vaticano II, actúan como espejo de quien busca al Señor con corazón sincero dentro de la historia de la salvación. «Incluso el credo de Israel no es una secuencia de abstractos artículos de fe, sino de acciones que Dios ha realizado a lo largo de los siglos en favor de su pueblo», escribe Ravasi. Por tanto, los 150 himnos no son solo un modelo de oración, sino también y, sobre todo, de vida, y vida en común. «La Palabra de Dios no es una serie de teoremas teológicos perfectos y abstractos: es, sí, una verdad que, sin embargo, se abre paso a través de los acontecimientos humanos con todo su peso de maldad, sangre, miseria y dolor, y no solo con su luz, belleza y amor. Es, en la práctica, una aplicación de la Encarnación que lleva al Logos, la Palabra divina y trascendente, a la «carne» viva y a menudo dramática de la historia humana», prosigue el autor. «Uno se sorprende a primera vista de que haya un libro de oraciones en la Biblia. ¿Acaso no es la Biblia toda Palabra de Dios dirigida a nosotros? Ahora bien, las oraciones son palabras humanas, ¿cómo pueden encontrarse en la Biblia? Debemos deducir que la Palabra de Dios no es solo lo que quiere dirigirnos, sino también lo que quiere oír de nosotros». Siguiendo el argumento, los salmos se configuran como una manifestación del abrazo entre Dios y el orante.

Apreciando que la contemplación es el culmen de la oración, se ve obstaculizada por una tercera presencia negativa que perturba la armonía entre Dios y su criatura: el enemigo. El mal se entromete, ya sea como adversario, enfermedad, infelicidad, abandono o rechazo. De aquí brotan los himnos de crisis, como el 38, el 51 o el 130, donde el pecado hace experimentar la tragedia del silencio de Dios. Sin embargo, pues «es mejor refugiarse en el Señor que fiarse de los hombres», finalmente se nos concede la súplica y podemos pasar a los salmos de esperanza, confianza y acción de gracias, incluso a la oración en estado puro, que es la adoración, alabanza espontánea y libre al Creador. En definitiva, los 150 himnos son una invitación a caminar a la luz de la palabra divina en los acontecimientos cotidianos.

El volumen se completa con una aplicación práctica de estas explicaciones en la oración cotidiana, examinando y profundizando en un «salterio en miniatura», una selección de salmos para encontrar el sentido último de esta colección y de este año: orar con perseverancia, profundidad, confianza y provecho.